Tiempo

Pasan semanas, días, horas. Las primeras las vivimos con asombro, preocupación después, finalmente miedo. Después llegó la sensación de cierta fatiga,  la deriva de un tiempo que ya no podíamos seccionar como antaño lo hacíamos. Porque ahora a muchos/as de nosotros/as nos sobran los relojes, más que nunca artilugios sin norte y sin medida que de nada deben alertarnos. Y por fin nos sumergimos en el tiempo real: el de la luz, el de la caída de las flores, el de las costumbres de los pájaros, el de la sed o el hambre.

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Alguien escribió una vez que hacía falta una vida para observar un árbol. ¿Cuándo fue que te detuviste así, de este modo absoluto y extrañado a contemplar lo que sucedía en tu universo cotidiano? Quizás solo en la infancia.

En el bosque siempre os invitamos a cultivar esa atención a los matices pero también en tu hogar es posible caminar como el viajero/a que regresa tras un largo viaje y trata de reconocer las ruinas que antaño pobló. ¿Recuerdas ese objeto? ¿Qué despierta la luz de este atardecer, o la lluvia, o la fuerza con la que el viento sacude ese árbol?

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Lo sólido no era tan sólido como nos prometían y ahora transitamos este punto de inflexión que nos confina a nuestro refugio regalándonos un único juguete: el tiempo. No desprecies el regalo. Ahí fuera soplan días muy duros pero dentro… Dentro se abre un tiempo salvaje. Simplemente permite que se extienda. Observa ese día por delante, todo lo que sucede cuando en apariencia nada sucede. Todo lo que se mueve en tu interior.

Aprender a mirar es un oficio de paciencia.