Walden o el regreso al paraíso perdido de Thoreau

«Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y descubrir si podía aprender lo que ella me tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera la vida… Para no darme cuenta, en el momento de la muerte, de que no había vivido». Henry David Thoreau

Mis baños de bosque siempre comienzan con la lectura ritual de estas palabras que Henry David Thoreau escribió en 1845, año en el que comienza a vivir en la cabaña de pino de apenas doce metros cuadrados que él mismo construyó a orillas del lago Walden, en las cercanías de Concord, Massachusetts. Siempre que leo estas frases tengo la sensación de estar traspasando un umbral. Son ideales, por tanto, para introducir un viaje de regreso a nuestro paraíso perdido.

Cabaña junto al lago Walden, réplica de la construida por Thoreau

Dos años, dos meses, dos días. Este es el tiempo que Thoreau vivió retirado de su ciudad, observando los cambios que la naturaleza experimentaba a su alrededor, sintiéndose parte de esos ciclos, y tomando buena nota de ello en ese diario que daría lugar al célebre ensayo «Walden o life in the woods».

Pasea, observa, cultiva su huerto, escribe. Desde la distancia analiza el devenir de la sociedad de su época: las convenciones, el sentido del trabajo, las verdaderas necesidades del ser humano. Saborea la vida en estado puro, sin más mobiliario que una cama, una mesa y una silla. Porque la cabaña solo es un jirón de civilización. El verdadero hogar está allá fuera, en el bosque. Thoreau lo sabe, eso es precisamente lo que le llevó a Walden. Quería sentir el tiempo, el roce de la vida en cada hoja, en cada reflejo y temperatura del lago. Quería ponerse a prueba. ¿Qué quedaba en él del hombre que siglos atrás era capaz de sobrevivir siguiendo su instinto? ¿Cuánto de bosque hay dentro de Thoreau?

Comienza nuestro baño y con él la posibilidad de experimentar sensaciones parecidas a las que hace casi dos siglos Thoreau anotó en su diario. Estamos de nuevo en casa y tenemos tiempo, ese bien tan cicateado en el mundo exterior, para asombrarnos con cada detalle. Extraerle todo el meollo a la vida. Y cometer la mayor insurgencia en nuestros días: no hacer nada.

Nada salvo vivir.